viernes, 24 de abril de 2015

Las cinco grandes heroínas de la literatura femenina

Las cinco grandes heroínas de la literatura femenina


 


La literatura permite transportar al lector a un mundo completamente diferente, en ocasiones lleno de fantasías y se crea un vínculo con los personajes. La mayoría de los encargados de contar estas historias son hombres reconocidos que dedican su vida a este oficio, pero Más de lo mismo muestra las heroínas que han jugado un papel  importante en estas historias.


 
1. Fermina Daza. El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. 


Mujer altiva y orgullosa, lucha incansable de Daza por preservar su libertad, se ve disipada cuando acepta casarse por imposición con Juvenal. Sin embargo, Gabo no permitió que su personaje perdiese su rebeldía, que aparece estratégicamente dosificado a lo largo de la obra.


2. Elizabeth Bennet. Orgullo y prejuicio de Jane Austen


Sólo estoy dispuesta a actuar de la manera más acorde, en mi opinión, con mi futura felicidad, sin tener en cuenta lo que usted o cualquier otra persona igualmente ajena a mí, piense“.


3. Viviana Sansón. El país de las mujeresde Gioconda Belli.


Viviana Sansón se presenta como una mujer independiente, dinámica, valiente e ingeniosa que, junto a sus compañeras de partido, quieren  imponer un modelo de gobierno y de sociedad basado en la igualdad y la justicia social en el país imaginario Faguas.


4. Jane Eyre. Jane Eyre de Charlotte Brönte. 

Querido lector, espero que nunca padezcas lo que yo padecí entonces. Que nunca broten de tus ojos unas lágrimas tan tempestuosas, abrasadoras y dolorosas como las que brotaron de los míos. Que nunca clames al cielo con ruegos tan angustiosos y desesperanzados como los que salieron de mis labios. Que nunca temas ser la causa de la desgracia del que más amas


5. Emma Bovary. Madame Bovary de Gustave Flauvert.


Pero, al mirarse en el espejo, se asombró de su cara. Nunca había tenido los ojos tan grandes, tan negros ni tan profundos. Algo de sutil derramado sobre su personalidad la transfiguraba. Se repetía: “¡Tengo un amante! ¡Un amante”, deleitándose en esta idea como en la de otra pubertad renacida“.


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